La tristeza se adueñó ayer de la mayoría de los argentinos, luego de que la Selección nacional fuera eliminada del Campeonato Mundial de Fútbol en Rusia por Francia. “La victoria tiene cien padres y la derrota es huérfana”, dice la sentencia atribuida a Napoleón Bonaparte. Este fracaso deportivo seguramente dejará mucha tela para cortar. Ahora vendrá el turno de los dedos acusadores, de la caza de responsables. Se hablará una y mil veces de lo que pudo haber sido y no fue, de lo que se hizo mal. Una vez más, Messi, nuestro ídolo, será el depositario de muchas frustraciones. Los protagonistas de esta desdicha quizás tirarán la pelota para otro lado, otros darán la cara. Se intentará hacer leña del árbol caído
El fútbol ha puesto en evidencia nuevamente la elevada pasión de los argentinos por este juego, hasta el punto de llegar a vivir cada partido como un asunto de todo o nada. El corazón de una buena parte del país se ha movilizado tras lo que podían hacer 11 jugadores para traer felicidad. Se pasó de denostarlos luego de jugar con Islandia y Croacia a ponderarlos en exceso cuando le ganamos a la modesta Nigeria.
Sin duda, son muchas las causas. Por ejemplo, mientras el uruguayo Oscar Washington Tabárez, bautizado “el maestro” dirige desde 2006 la escuadra “charrúa”, a la que llevó a tres Mundiales consecutivos y luego del triunfo sobre Portugal se perfila como una posible candidata, la Argentina tuvo tres entrenadores (Martino, Bauza y Sampaoli) en apenas cuatro años desde la final con Alemania en Brasil, en 2014.
La continuidad, la tenacidad, la planificación, están rindiendo sus frutos en el equipo oriental. La discontinuidad, el exitismo, la improvisación, la intermitencia, también han dado frutos, negativos, por cierto. Esa ansiedad por conseguir resultados sea probablemente una de nuestras principales adversarias. La pasión rayana al fundamentalismo no lleva a poner a Messi en el trono máximo del Olimpo si ganamos por su intervención o a hacerlo descender a los infiernos y descalificar como “un pecho frío” si no nos conforma su desempeño. Pero sin duda, la dirigencia de la AFA tiene una gran responsabilidad en esta debacle.
Atribuirle a derrota a la mala suerte o a las cosas de destino, sería un error. Solamente con una autocrítica, que además sea respetuosa, se podrá revertir esta cuesta abajo en la que rodamos desde hace tiempo.
Sería bueno si no solo el fútbol fuera prenda de unión de los argentinos, si intentáramos unirnos tras otros objetivos más importantes que tienen que ver con el destino de nuestro país, si nos comprometiéramos en la realización de acciones comunitarias que ayuden a mejorar la calidad de vida de los que menos tienen, de los excluidos, en respetar las reglas de convivencia cívica, las normas viales. Si el deporte lo logra significa que tenemos la capacidad de juntar si hay buena voluntad y el deseo de mejorar como sociedad.
Con un gesto contrariado, los abuelos solían decir: “quien mal anda, mal acaba”, pero también “hay que tocar fondo para salir”. Los malos momentos pasan rápidamente; para que no se repitan hay que mirarlos, analizarlos con sinceridad y humildad. Antes de seguir quejándonos, pensemos que podemos aportarle a nuestra comunidad para mejorarla y mejorarnos como ciudadanos. “Juntar todos los caminos, juntarnos sin deserciones, hagamos nuestro el destino, aunque pensemos distinto... juntarnos porque es el tiempo, hay un futuro implorando... juntarnos, no hay más excusas, nos urge juntarnos”, dice la canción del tucumano Lucho Hoyos.